sábado, 13 de diciembre de 2008

CARPE DIEM

Del latín, cosecha el día. Muchos lo confunden con vive el momento, o aprovecha el momento.

Solemos emplear muchas veces esta expresión, sino de esta forma, con otras frases. Como aquel; muy bien lo que haces, es lo que nos vamos a llevar. Creo que dándole ese énfasis equivocamos el sentido del concepto, del Carpe Diem. Extrapolando ese aprovecha el día o el momento a lo suntuoso. No por comerte una rica mariscada, pasar un buen fin de semana en un hotel con spa, o hacer un placentero viaje, habremos aprovechado o vivido el momento, día o semana.

La mayoría de las personas, sobre todo la juventud “ésta nos hace rebeldes e impulsivos”, creen que por vivir en lo suntuoso, como conducir un coche de gama alta, vestir bonitas ropas, ir a buenos restaurantes y beber vinos caros, tienen una vida cosechada y aprovechada, craso error. Cada vez vemos como esta sociedad hedonista, teniendo cada día más medios para alcanzar la felicidad -¿quién no puede permitirse el lujo de ir alguna vez a un sitio caro a comer o a un buen balneario?- somos cada vez más infelices. Las listas de espera en los psicólogos debida a profundas depresiones aumentan cada día. Hoy que lo tenemos todo ya que el trabajo duro nos lo hicieron nuestros abuelos, qué paradoja.

No nos damos cuenta lo felices que pueden llegar a ser los niños con cosas simples, humildes. Bueno, hasta que los contaminamos con nuestras ideas o modo de vida hedonista. Fijaos en la ilusión de la mirada de un niño cuando se da cuenta lo que es hablar por teléfono, o cuando su madre le cocina su plato de comida favorito, por norma general, espaguetis con tomate, los más peques reirán y aplaudirán. ¿Os habéis parado alguna vez a ver cómo se lo come? El niño cuando habla por teléfono pone en lo que hace sus cinco sentidos, es inútil hablarle, no nos escuchará, pues está solo concentrado en lo que hace. Lo mismo hace cuando se come su plato de comida favorito, no hay nada más, solo sus espaguetis y él, y así lo disfruta. Los mayores hemos perdido el aprecio por las cosas que tenemos delante y de fácil acceso. Hasta hace bien poco poder conectar a Internet y abrir esta ventana de comunicación e información al mundo nos dejaba perplejos, hacía que nos pegásemos con admiración a la pantalla durante horas, viendo cosas que sin embargo hoy vemos insignificantes por el simple hecho de que “lo tenemos ya muy visto”, menospreciando su valía ya que nos facilita nuestras vidas.

Un niño pondrá sus cinco sentidos en lo que realice. Los adultos no sólo no lo hacemos, sino que estaremos realizando dos, tres tareas al mismo tiempo y pensando en una cuarta, sin disfrutar realmente de la realización de ninguna de ellas, y por lo tanto no disfrutando del momento o cosechándolo. Hemos perdido la apreciación de las cosas bellas que nos ofrece la vida o la naturaleza, como admirar una puesta de sol, contemplar una flor en el campo, oír el sonido del mar, y muchísimas cosas que tenemos ahí delante y que preocupados en llegar a casa para chatear por el Messenger nos perdemos. Hasta las formas de socializarnos han cambiado, cada vez son menos las personas que salen a la calle a relacionarse. El otro día observaba cómo mi hija charlaba por el Messenger con dos o tres amigas de su colegio y me dije, ¿Qué estamos haciendo? Recordé como mi madre perdía toda la tarde en llevarme al campo de fútbol a jugar en sus exteriores con mis amigos a la pelota, pero nosotros, hoy día, no tenemos tiempo que perder.

El tiempo. Es lo único que tenemos en nuestras vidas, por eso no debemos perderlo. Sin embargo en esta cultura del que todos hemos de ir a tope porque tenemos mucho que hacer y no tenemos tiempo que perder, no hacemos otra cosa que perderlo. Estas carreras nos produce una monotonía, que a su vez nos lleva a una vida rutinaria, la cual nos hace pasar no los días, ni siquiera las semanas, sino los años a velocidad de vértigo. No tenemos tiempo para disfrutar de nuestros hijos, nos afanamos en que la videoconsola o el ordenador llene ese vacío del que dispensamos a nuestros hijos y no nos hagan perder nuestro bendito tiempo. Esa perdida de tiempo en nuestro afán de aprovecharlo para hacer muchas cosas, y que sin embargo, no hacemos nada.

Disfrutad del día poniendo los cinco sentidos en las tareas que realicéis. Da igual si coméis una mariscada o una tortilla de patatas, si andáis en un Volvo o en un Seiscientos, disfrutad de ese momento y vividlo. Fijémonos en las cosas sencillas de la vida y que por su monotonía ya no sabemos apreciar. Respirad profundamente cuando salgáis al campo, sentid ese soplo de oxígeno que rompe vuestras fosas nasales, el tacto de la hierba, el color de las flores, el silencio del campo, su brisa, el cantar de sus pájaros. Disfrutemos de la compañía de esos seres queridos que tenemos a nuestro lado, a los cuales a veces no hacemos demasiado caso, pues estamos en otras cosas “más importantes”. Nuestros abuelos y padres, ya que sin darnos cuenta y por simple naturaleza, algún día dejarán de estar con nosotros, y entonces será tarde.

Nos dice el filósofo español Gabriel Albiac; cuando la ficción prima, el deseo acaba necesariamente por suplantar a la realidad, y esa es la línea más recta a la catástrofe.

Vivamos el presente, cerrando los capítulos pasados de nuestra vida que en nuestra memoria perdurarán, observando la realidad del presente y mirando hacía el futuro. No hagamos de nuestra vida un sendero de deseos imaginarios, falsos e irrealizables. De lo contrario, haremos de ésta una catástrofe.

Para cosechar nuestro tiempo y por lo tanto hacer una vida provechosa, hemos de ver las cosas con los ojos de un niño, y actuar con la sabiduría y responsabilidad de un anciano.

Dedico este artículo a mi hija, gracias a ella y a que aún no está contaminada por esta sociedad, me extrapola a través de sus ojos de diez años a todas las cosas buenas e importantes que tenemos, y encontraremos en esta vida. Esas cosas que por la contaminación social, mis ojos, ya no son capaces de apreciar. Gracias princesa.

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