domingo, 18 de mayo de 2008

LAS COMUNIONES (II)

En el anterior artículo hablé sobre el campo moral del evento, ahora quiero pasar al material. Recuerdo hace unos veinticinco años cuando yo realicé mi primera comunión, que ésta se celebró en un local comercial vacío propiedad de un tío mío, el cual se adecuó para celebrar tal evento. Se acoplaron sillas y mesas apoyadas en borriquetes cubiertas con manteles de papel. Mis padres y mis tíos se pasaron el día anterior preparando el banquete, cocinaron un ollón de carne en salsa, tortillas de patatas, ensaladas, patatas fritas, etc… Fue el Supermercado el que hizo el negocio con nosotros, se invitaba a los familiares y amigos más allegados, en Marbella en aquella época existía la posibilidad de alquilar locales comerciales para tales eventos, salía más barato, claro, eso si, había que darse una paliza el día anterior para prepararlo todo, el lugar, la comida y la bebida. Recuerdo aquel día como uno de los más felices de mi vida, pues para un niño de aquella época no se trataba de dónde se celebraba o cuál era el menú, sino de lo que se celebraba y que uno era el protagonista del día. Humildemente, pero tenías tu fiesta.

Eso hoy día ha cambiado, hoy son los directores de la banca los que se frotan las manos ante la llegada del mes de Mayo o las comuniones. Son muchos los padres que han de pasar por sus sucursales a solicitar un préstamo para hacer frente al coste del evento, que cada vez es más caro pues los precios de los menús de los restaurantes lo son, ya que ahora es en buenos restaurantes donde los padres celebramos las comuniones de nuestros hijos y no en humildes locales, colaborando toda la familia. Es más cómodo, hay que trabajar menos, pero mucho más caro. Después entramos en lo de mi niño no va a ser menos que nadie, craso error, pues la comunión termina convirtiéndose en una boda, barra libre incluida y músicos si el restaurante reúne las condiciones adecuadas. Y lo peor, invirtiendo el dinero recaudado de los invitados al niño, en bonitos viajes a Disneyland Paris, en lugar de liquidar el préstamo contraído para la celebración de dicho evento. Las comuniones han perdido su “magia infantil” para convertirse en un acto consumista, en ver quien consume más y a qué nivel, al precio que sea, se tenga o no el dinero necesario.

Hemos dejado de ser humildes para ser consumistas – entiéndase en lo moral, no ya en lo económico, que también — y puede que sin darnos cuenta, estamos restando la aportación de los valores y principios adecuados a nuestros hijos, para dejarles el legado de que cuanto más tienes “o aparentas tener”, más vales. Estamos aliviando nuestra falta de valores en el consumo, nunca se ha vivido tan cómodamente como ahora, nunca se ha tenido tanto dinero para consumir como ahora. El mercado libre es bueno, nos transfiere comodidad y una alta calidad de vida, pero no suple de valores a las personas, solo nos aporta una vida cada vez más cómoda, pero una vida que ha de ir acompañada de los principios y valores transmitidos de padres a hijos, generación tras generación, que ninguna Ley de Educación para la ciudadanía, o ningún adoctrinamiento religioso aporta lo que un padre ha de aportar a un hijo. Hoy somos más ricos, pero, hemos perdido esa sensibilidad para percatamos de lo bonito que es un amanecer o un atardecer, la eclosión de las flores en Primavera, el cantar de un pájaro que vuela libre, el sonido del mar. ¿Nos fijamos en quizás estas pequeñeces pero que son la esencia de la vida? Y lo que es más siniestro, ¿Somos capaces de transmitírselas a nuestros hijos? Para terminar yo me pregunto, ¿Somos más felices ahora que antes? Basándonos en el principio de que no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita, yo creo que no. Y lo peor es que ese es el legado que estamos dejando a nuestros hijos. Pobres de nuestros nietos.

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