lunes, 12 de mayo de 2008

LAS COMUNIONES (I)

Estamos en época de comuniones. Los padres tememos tales eventos por el alto coste que tiene para nuestros bolsillos. Si somos invitados, por el alto coste del regalo que hemos de realizar, y si es nuestro hijo el que la hace, porque el coste de su celebración pasa por ser muy similar al de una boda.

Pasemos al plano moral del evento. Esperando a mi hija a la salida del colegio el otro día, oí como varias madres en un grupo se quejaban de lo mal que les parecía, por parte de la iglesia, que “abandonasen” a los niños después de hacer la comunión, refiriéndose más bien a la educación moral o a la realización de distintas actividades con los niños. Asintieron con unanimidad de criterio, cuando una de ellas dijo que los niños debían hacer catequesis hasta los 16 o 17 años y entonces decidir por sí mismos si querían hacer la primera comunión, o no. Yo me pregunté por qué, si el hecho de realizarla no te marca de por vida y es una decisión en principio de los padres, al igual que la toma del bautismo. La propia madre se contradijo cuando dijo que es que los padres no llevaban más a los niños a la iglesia tras hacer la comunión, ahí yo me pregunté, entonces cómo va a seguir la iglesia con su cometido si no los lleváis, y más aún, ¿Cómo van a organizar actividades para estos niños, si éstos brillan por su ausencia? No quise intervenir en su tertulia aunque no me faltaron ganas. Primero porque creí poco respetuoso entrometerme en una conversación a la cual no había sido invitado, segundo porque mis palabras las iban a acusar de dejadez funcional maternal, dejando recaer ésta en terceras personas “los curas” y estas cosas no suelen gustar oírlas a una madre, y tercero porque eran cuatro mujeres contra mí, y aunque pueda parecerlo, no soy tan atrevido.

Pienso que son los padres, y no los curas o profesores, los que han de guiar moralmente a sus hijos en el sendero de la vida, darles los valores y principios que creamos más válidos, y ser nosotros los que los eduquemos, aunque ello conlleve esfuerzo y sacrificio por nuestra parte, porque por muchas horas que trabajemos fuera de casa, por muy cansados que lleguemos, debemos dedicarles horas a nuestros hijos, a saber qué han hecho, conocer sus problemas “que ojo, los tienen”, escucharles, etc..., simplemente es nuestra obligación como padres. Curas y profesores nos han de ayudar, si, pero nunca ser el referente moral, pues pasarían a ser los adoctrinadores y no el complemento de la educación de nuestros hijos.

Hay una cosa en la que no le quitaría la razón a la madre que oí hablar con las demás, y es que después de realizar la comunión, los niños podrían seguir una especie de programas culturales como de fomento a la lectura, actividades deportivas o cosas parecidas organizadas por la iglesia, sería una forma de mantenerlos en su seno incentivándoles a hacer cosas que les gusta a los jóvenes, y que ellos podrían aprovechar para seguir cultivando su doctrina cristiana, y mientras tanto, nuestros hijos estarían en buenas manos. Aunque creo que para lograr eso, primero somos los padres los que debemos continuar llevando a nuestros hijos a la iglesia y no hacer como la mayoría, que realizada la primera comunión, no la pisan más. A pesar de que lo que se celebra precisamente es la entrada del niño en la vida cristiana y que por tanto debería continuar, al menos hasta que el niño lo viese oportuno o tuviese poder de decisión. Posteriormente, para estos programas seguramente se requeriría nuestra ayuda para ayudar a que estos programas o incentivos a los jóvenes se llevasen a cabo, pero cuando la iglesia requiriese nuestra ayuda para cumplir esos objetivos, ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a dedicar nuestro tiempo a tan noble objetivo? Exigimos, pero, ¿Cuánto estamos dispuestos a dar?

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