En el anterior artículo hablé sobre el campo moral del evento, ahora quiero pasar al material. Recuerdo hace unos veinticinco años cuando yo realicé mi primera comunión, que ésta se celebró en un local comercial vacío propiedad de un tío mío, el cual se adecuó para celebrar tal evento. Se acoplaron sillas y mesas apoyadas en borriquetes cubiertas con manteles de papel. Mis padres y mis tíos se pasaron el día anterior preparando el banquete, cocinaron un ollón de carne en salsa, tortillas de patatas, ensaladas, patatas fritas, etc… Fue el Supermercado el que hizo el negocio con nosotros, se invitaba a los familiares y amigos más allegados, en Marbella en aquella época existía la posibilidad de alquilar locales comerciales para tales eventos, salía más barato, claro, eso si, había que darse una paliza el día anterior para prepararlo todo, el lugar, la comida y la bebida. Recuerdo aquel día como uno de los más felices de mi vida, pues para un niño de aquella época no se trataba de dónde se celebraba o cuál era el menú, sino de lo que se celebraba y que uno era el protagonista del día. Humildemente, pero tenías tu fiesta.
Eso hoy día ha cambiado, hoy son los directores de la banca los que se frotan las manos ante la llegada del mes de Mayo o las comuniones. Son muchos los padres que han de pasar por sus sucursales a solicitar un préstamo para hacer frente al coste del evento, que cada vez es más caro pues los precios de los menús de los restaurantes lo son, ya que ahora es en buenos restaurantes donde los padres celebramos las comuniones de nuestros hijos y no en humildes locales, colaborando toda la familia. Es más cómodo, hay que trabajar menos, pero mucho más caro. Después entramos en lo de mi niño no va a ser menos que nadie, craso error, pues la comunión termina convirtiéndose en una boda, barra libre incluida y músicos si el restaurante reúne las condiciones adecuadas. Y lo peor, invirtiendo el dinero recaudado de los invitados al niño, en bonitos viajes a Disneyland Paris, en lugar de liquidar el préstamo contraído para la celebración de dicho evento. Las comuniones han perdido su “magia infantil” para convertirse en un acto consumista, en ver quien consume más y a qué nivel, al precio que sea, se tenga o no el dinero necesario.
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